Título: Shirley
Autora: Charlotte Brontë
Editorial: Alba
Págs: 748
Año 1ª publicación: 1849
Escrita tras el éxito revelador de Jane Eyre, aunque en circunstancias ciertamente trágicas, mientras veía morir a tres de sus hermanos, Shirley nació explícitamente de la vocación de Charlotte Brontë de hacer «algo real, frío y sólido». Con este principio, escribió su única novela en tercera persona, imbricando la experiencia individual con el destino histórico de la colectividad.
Hoy traigo al blog mis impresiones de un clásico de la literatura inglesa que tuve el placer de leer en la lectura conjunta del mes de marzo de
Los libros de Carmen y amigos.
Shirley, así se llama una de las protagonistas de este libro, responsable de que un nombre hasta entonces exclusivamente masculino, se convirtiera en femenino después de la publicación de esta novela. Esa es la capacidad que tienen los libros, antes y ahora, el cambiar opiniones, idéas, creencias...
Admito que albergaba grandes expectativas sobre este libro después de leído Jane Eyre, de lo mucho que lo disfruté, pero lamentablemente éste me ha acabado resultando lento y tedioso, llegué a pensar que no lo terminaría, y si no fuera por mi perseverancia... Así como Jane Eyre, creo es más fácil de gustar, este resulta más denso, en mi caso tengo que reconocer que no ha sido lo que me esperaba. Y no es que quiera compararlos pero esperaba encontrar ciertos detalles, como los diálogos tan agudos e ingeniosos entre los protagonistas de Jane Eyre que aquí no he logrado admirar, salvo alguna excepción entre las dos amigas.
Shirley está ambientada en 1812 en Yorkshire, durante las largas guerras Napoleónicas que devastaron el comercio causando estragos en la población, una gran depresión industrial, tiempos difíciles. Dos mujeres serán las protagonistas que a pesar de las diferencias entre ellas se convierten en amigas, confidentes.
Caroline soñadora, inteligente, vive con su tío el reverendo Helstone después de que su padre muriera y de no saber nada de su madre y
Shirley, una rica heredera de una fortuna familiar, con un encanto especial, dinámica, confiada, alegre que no duda en dar su opinión públicamente sobre política o negocios, una actitud bastante atrevida para una mujer en aquellos tiempos. Por otro lado tenemos a
Robert Moore propietario de una fábrica textil que atrae la ira violenta de los parados, indignados por la introducción de maquinaria y en consecuencia la falta de trabajo para ellos, los cambios de la revolución industrial y la desesperación de los obreros.
Un libro donde los problemas sociales e históricos se mezclan con los sentimentales de los protagonistas acaparando estos últimos gran parte de la narración.
Entre líneas nos deja claro un sinfín de críticas, de la posición que se esperaba de la mujer en aquella sociedad, así como del malestar social y de la diferencia de clases sociales.
Hay capítulos que son una delicia abordando esto temas, las quejas de Caroline anhelando una ocupación, un trabajo. Sin embargo nuestras protagonistas femeninas actuaron en ocasiones en oposición a sus pensamientos o al carácter con qué se nos presentó durante la novela. Un ejemplo de lo que digo es el sufrimiento de Caroline ante la creencia de no ser correspondida por su amor, ese poder que la autora le da al hombre sobre la vida de la chica. O Shirley tan tenaz, tan independiente en sus ideas para al final declarar que quiere un marido que la domine, no me gustó esa transformación.
Un hombre que desee vivir conmigo como marido tiene que ser capaz de dominarme...Un hombre en cuya presencia me sienta obligada e inclinada a ser buena. Un hombre cuya aprobación sea una recompensa y cuya censura sea un castigo para mí.
El capítulo de la revelación de la madre perdida de Caroline después de tantos años de abandono me decepcionó, ni un sólo reproche, ni resentimiento. Y qué decir de la justificación que hacía la madre sobre el físico de la hija el cual le recordaba a su padre, un marido cruel del cual se separó al poco de nacer la niña...
Te dejé marchar cuando eras un bebé, porque eras preciosa y temía esa belleza, creyéndola la marca de la perversidad. Me enviaron el retrato que te hicieron cuando tenías ocho años; ese retrato confirmó mis recelos. De haberme mostrado una niña campesina, tostada por el sol, corpulenta, vulgar y de facciones toscas, me habría apresurado a reclamarte. Una figura tan bella y proporcionada, me dije, debía ocultar una mente retorcida y cruel.
El libro está narrado en tercera persona por un narrador omnipresente, una voz que se dirige a los lectores en muchas ocasiones invitándonos a observar algún detalle, suceso o reflexión.
Detallista y meticulosa en las descripciones, que aunque bellas, a veces me resultaron excesivas, lugares, personas, sucesos, todo está descrito en detalle. Si a estas extensas descripciones les unimos la gran cantidad de personajes que aparecen hacen que el libro se torne un tanto pesado. Diré, sin embargo, que si por algo vale la pena leer y terminar el libro es por
la prosa hermosa y elegante.
Esta vez Charlotte Brontë no ha sido capaz de entretenerme, y no pongo en duda la calidad de su prosa, no me atrevería, pero la impresión final es que en muchas páginas sucede muy poco. Con todo,
siempre es gratificante leer estos clásicos.
No lo recomendaría si te gustan los libros con historias muy dinámicas y grandes sorpresas, pero de no ser ese el caso léelo.